sábado, 19 de febrero de 2011

Yesca.

Para Elena.

Tú en las sombras. Tú con tu traje a rayas, tu corbata roja. Tú y tu estuche. Tú de cuclillas junto a un carro. Tú en las sombras. Tus fierritos descifrando la cerradura. Tú abriendo la puerta en silencio, cruzando los cables, encendiendo el motor. Tú y los faros apagados, tú sin salir de primera, tú y las tres cuadras obligadas. Tú y después las luces. Tú y después segunda, tú y tercera, tú y cuarta. Tú y tu mano hurgando en el bolsillo del saco. Tú y tus dedos dejando una tarjeta en el retrovisor. Tú, y el carro, y el barranco. Tú saliendo del carro diez metros antes del borde. Tú y las luces que caen, y el sonido del hierro, y sacudirte el polvo, y dar unos pasos, y llegar a tu carro, y sacar la llave, y encender el motor, y marcharte a casa.

Tú despertando antes que tu mujer, bañándote en silencio. Tú poniéndote el traje, la corbata amarilla, desayunando en la cocina, tomando jugo de naranja, leyendo el periódico, ignorando a los niños.

Tú y la noticia en la radio del decimonoveno auto “ejecutado” en un mes. Tú y la sala de juntas. Tú y tus papeles, y tus números, y tus gritos, y tus victorias pírricas. Tú en tu computadora, tú en el baño, tú comiendo con un cliente, tú y tu teléfono.

Tú aprovechando que eres jefe y que sales temprano. Tú quizá robando el auto de tus empleados. Tú quizá robando coches de desconocidos. Tú a veces saltando a último momento. Tú a veces saliendo con más calma. Estrellándolos. Estrellándolos. Tú y tu carro esperando a un lado. Tú y el beso a tu mujer siempre que llegas a casa. Tú viviendo así. Tú algunas noches no, otras noches sí. Tú y tu mujer que no sospecha, tus hijos que no sospechan, tus empleados, tus clientes, tus socios que no sospechan. A veces sí, a veces no. Tú y tu poder. Tú viviendo así.

Tú viviendo así durante meses, con tu estuchito, tus herramientas en la guantera. Tú viviendo así, dejando tarjetas con nombres falsos en los retrovisores. Tú viviendo así, con tus trajes perfectos y tu carro esperando entre el olor a caucho quemado. Tú viviendo así. Tú viviendo así. Tú viviendo así hasta el día en que sales del trabajo y no encuentras tu carro.

Tú corriendo por la calle, tú tomando un taxi, tú dando instrucciones, tú llegando al barranco. Tú en el borde, tu carro en el fondo. Tú bajando, tu carro en el fondo. Tú a diez metros, tu carro en el fondo. Tú a ocho metros, tu carro en el fondo. Tú a tres metros, tu carro en el fondo. Tú en el fondo.

En el retrovisor tu tarjeta.

El inquilino.

Para Grace.

Por primera vez, después de cinco meses, se decidió a desnudarla mientras dormía.

Empezó contándole los lunares del cuello, uno a uno, nueve veces. Después, con poco pulso, se atrevió a moverle un poco la blusa para contarle los de los hombros. Pero no se detuvo ahí. Quitó las sábanas poco a poco, contando, progresivamente, los lunares de los brazos, de las manos, de los dedos, de los pies.

Dejó que el borde de sus manos se fuese deslizando sobre el vello de las piernas mientras le bajaba los pantalones de la pijama, le suspiró en la entrepierna, y se dedicó a enumerar las constelaciones que había en sus muslos, en sus pantorrillas.

Le besó el ombligo y cartografió su vientre. Quietecito quietecito, le fue destapando los senos para revelar las estrellas negras sobre fondo blanco. Le lamió un pezón, pero el otro no.

Por fin llegó al rostro y pasó lista a los viejos conocidos: el pequeño de debajo del labio, el de la mejilla, los dos del costado de la nariz. Resistió el impulso de besarle los párpados y se conformó con la barbilla.

La vistió poco a poco, y luego volvió a taparla. Él regresó a su sitio de siempre, bajo la cama.