sábado, 19 de febrero de 2011

El inquilino.

Para Grace.

Por primera vez, después de cinco meses, se decidió a desnudarla mientras dormía.

Empezó contándole los lunares del cuello, uno a uno, nueve veces. Después, con poco pulso, se atrevió a moverle un poco la blusa para contarle los de los hombros. Pero no se detuvo ahí. Quitó las sábanas poco a poco, contando, progresivamente, los lunares de los brazos, de las manos, de los dedos, de los pies.

Dejó que el borde de sus manos se fuese deslizando sobre el vello de las piernas mientras le bajaba los pantalones de la pijama, le suspiró en la entrepierna, y se dedicó a enumerar las constelaciones que había en sus muslos, en sus pantorrillas.

Le besó el ombligo y cartografió su vientre. Quietecito quietecito, le fue destapando los senos para revelar las estrellas negras sobre fondo blanco. Le lamió un pezón, pero el otro no.

Por fin llegó al rostro y pasó lista a los viejos conocidos: el pequeño de debajo del labio, el de la mejilla, los dos del costado de la nariz. Resistió el impulso de besarle los párpados y se conformó con la barbilla.

La vistió poco a poco, y luego volvió a taparla. Él regresó a su sitio de siempre, bajo la cama.

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